de María Pérez
Nadia, ¿por qué escondes tu botón rojo? Es el más hermoso de todos, el que da alegría a ese abrigo gris que arrastras contigo desde hace años. ¿Por qué no puedes mostrar su belleza?
Un día, a escondidas, me lo enseñaste: tu abrigo gris y tu mirada brillaban.
Recuerdo el día que padre se te quedó mirando. Un gesto de fastidio se dibujó en su cara, no separaba la mirada de tu botón rojo. Sentiste frío, una corriente de aire helado entró por las puntas de los dedos de tus pies y se adentró por tu cuerpo. Cuando llegaba a la altura del pecho, alguien llamó a padre y pudiste respirar. “De buena me he librado”. Y aquel otro en el que madre lo descubrió: “¿Por qué llevas ese botón rojo, Nadia? Debería ser negro como los demás”. Te quedaste parada, las palabras no venían a tu boca, quisiste decir algo. “Rápido, Nadia, da una respuesta para que madre no sospeche”. Por fin, salió: “Perdí uno de los negros y el rojo es el único que encontré en el costurero, madre”. Madre te miró contrariada, había disgusto en su gesto. Habías alterado el orden de las cosas. “Recordad hijas, Mateo 26:41 Velad y orad para que no entréis en tentación, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. La sobriedad, hijas, el decoro, nada que destaque, prendas que tapen vuestros cuerpos, el gris, el negro.” “Nadia, ve a comprar un botón negro. Saca ese de tu abrigo. No quiero volver a verlo”.
Nadia siente una punzada en el pecho, acaricia su botón rojo, la imagina a ella, la suavidad de su piel, la ternura de sus manos, el calor, la humedad, el pecado. “La carne es débil”.
Coge unas tijeras, toma el botón entre sus dedos, corta los hilos que lo unen al abrigo gris que tanto odia. Nadia siente que una luz se apaga en su interior. En su lugar, una llama se aviva. Mete su botón en el bolsillo: “No pienso tirarlo, lo esconderé donde nadie pueda encontrarlo”. Su lugar secreto, la maleta en el altillo.
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Nací en A Coruña el 3 de diciembre de 1976. Amo el mundo en el que vivo. Las ballenas. Los árboles. Las flores de los tilos y los cerezos silvestres. Observo lo que me rodea con curiosidad de niña y mirada adulta. Tengo cuadernos escritos por toda la casa. Amo la vida lenta, el silencio, la música que me transporta a otros lugares. Me interesan los seres humanos, sus maneras de comportarse, de sentir, sus usos y costumbres, sus conflictos internos. Los libros son fieles compañeros desde que aprendí a leer. Soy mujer, orgullosa de serlo. Soy feminista.