por Aranxa Vicens

La estratificación social es la distribución del poder y del privilegio dentro de la sociedad, de esta manera el eje de la vida social se sintetiza en un modelo cultural con el que se clasifican a los individuos en función del rol que ocupan dentro de esta distribución. Es por ello por lo que históricamente han existido mujeres a las que se les han asignado valores y significados positivos, mientras que a “otras” mujeres que son parte de grupos subordinados se les atribuyen valores negativos. 

El principio de la dominación social por lo tanto determinará qué grupos son los que, tanto material como simbólicamente, son calificados como hegemónicos y cuáles no, a partir de su estratificación. La mayor parte de nuestro conocimiento social y político, así como también muchas de nuestras creencias emanan de una serie de informaciones que leemos, vemos y escuchamos a diario en los medios de comunicación. Estos contenidos refuerzan un discurso que crea valores, configura actitudes, juicios y comportamientos sobre esa alteridad. 

Los medios de comunicación funcionan como un circuito de poder pues son difusores de creencias y permiten consolidar ideas, lo que muchas veces crea categorías fijas y cerradas, homogeneizando a los grupos culturales o a ciertas personas a partir de sus rasgos fenotípicos, pues su herramienta esencial es la imagen. Con frecuencia estos mensajes ofrecen una idea del “Otre” como alguien que habita en los límites o en la marginalidad, fuera de lo que consideramos “normal” o legítimo. Estás dinámicas entre “el Uno” y “el Otre” crean espacios de poder, dentro de estos espacios se desarrollan normas de conducta colectiva, códigos de interrelación o todo un sistema de símbolos que culmina en la articulación de mentalidades y cosmovisiones históricas, en las que se asimilan inconscientemente dichas clasificaciones y nuestra forma de definir e interpretar la realidad, que recibimos como herencia social y que organiza la conciencia colectiva. 

El control de lo que se dice y es aceptado como “verdad” en los medios no está distribuido de forma equitativa. Sólo unas pocas empresas y medios pueden informar a nivel global y lo hacen siempre desde sus propios intereses (políticos, económicos, religiosos, etc.). Paralelamente muchas otras perspectivas quedan excluidas de los medios de comunicación, porque no tienen los recursos (materiales, sociales y políticos) para hacerse visibles. 

Actualmente somos una sociedad de consumo de masas y las expectativas, necesidades y deseos que la socialización imponía antiguamente desde grupos primarios (como la educación y la familia), se han transferido en gran parte a los mass-media (actualmente, también social-media) donde se incluyen: libros, prensa, radiodifusión, televisión, cine, internet y redes sociales. Así, los mass-media asumen la función de estabilizar, integrar roles, valores y símbolos. 

Es por esto por lo que la estructura simbólica condicionante del papel femenino se origina y difunde desde la estructura de los medios de comunicación. Los mass-media se convierten en el núcleo ideológico desde que se articula todo el sistema de clasificación social. El análisis de los social media se aplica ahora en la esfera virtual, pues es nuestra principal fuente de información y debido al nuevo escenario pandémico se está reforzando aún más nuestra dependencia.

Feminismo hegemónico en las comunidades virtuales.

La recepción de mensajes podía producir un “doble flujo” mediado. Es decir, que una persona receptora específica (ya sea un líder de opinión, activista o influencers) servía como mediadora sobre otras personas. Ese doble flujo recae en el género masculino en los medios de comunicación tradicionales, donde es el modificador del rol femenino, pues ocupaba el espacio valorativo hegemónico. Este mismo proceso lo vemos en el activismo feminista en redes. El valor hegemónico será ocupado por las mujeres más próximas a los hombres en términos de privilegios, es decir, mujeres blancas, escolarizadas, de clase media-alta, etc. 

El activismo feminista hegemónico es muy frecuente y se viraliza con facilidad por redes sociales. La propagación de un discurso que invisibiliza a les otres y que incluso pone en duda su derecho o capacidad de ser parte del movimiento feminista es motivo de alerta, sin importar cual sea el mass-media que lo difunda. Este discurso es sumamente nocivo por los efectos que tiene fuera de los mass-media y que se reflejan en la agenda política (ya sea nacional o local) del movimiento feminista hegemónico. 

La falta de visibilización en las redes de les otres provoca el desconocimiento de sus luchas y poca implicación en ellas. Un ejemplo de esto: el caso de la Manada y el de las temporeras de Huelva. No sólo no tuvieron la misma cobertura mediática, sino que el contraste entre la cantidad de personas que salieron de casa para manifestarse por la justicia patriarcal de la sentencia de la Manada con las que se manifestaron por el racismo institucional y la justicia patriarcal del archivo de la causa de las temporeras es evidente. 

Reparación, responsabilidad e interseccionalidad.

Entendemos que estamos ante un nuevo reto comunicativo, donde el sistema colonialista está absorbiendo lo que fue una contracultura para comercializar y crear nuevos referentes “feministas” vacíos de significantes y carga política. Esta problemática se expande no solo por los social-media, sino también en la industria textil, musical y en el feminismo a pie de calle. La formación de muchas mujeres de nuevas generaciones está en manos del activismo en redes (en su mayoría hegemónico) o influencers. Debido a esto, el feminismo hegemónico está dominando el discurso feminista social y mediático. 

Uno de los errores constantes del feminismo hegemónico es recurrir al universalismo que deslegitima la diversidad entre mujeres y las unifica cuando se pone en la mesa el debate sobre la multiculturalidad. Homogeneizar a les “Otres” no es la respuesta para emanciparlas, hablar por ellas tampoco. Necesitamos una opinión pública que se cuestione los significantes estigmatizadores a los que somos sometides por los contenidos que consumimos. Una primera aproximación a herramientas que nos hagan comprender otras realidades es indispensable, empezando con adoptar una perspectiva interseccional.

Pero la interseccionalidad no vale de nada si se queda en teoría y no llega a la praxis. La interseccionalidad es un marco diseñado para explorar la dinámica entre identidades coexistentes y sistemas conectados de opresión. Así, podemos entender que desafiar solamente un aspecto del poder estructural es totalmente ineficaz. La oposición a una faceta de la opresión sistemática conlleva un grado de selectivismo, ya que trata a una forma de poder estructural como una amenaza mayor que las otras. Para que un movimiento feminista efectivo aborde la raíz misma de las desigualdades persistentes no pueden existir jerarquías de opresiones. 

Opresiones y privilegios (Collins, 1990)

La lente de la interseccionalidad permite que la superposición entre las identidades de raza, sexo, clase, sexualidad, etc. se incorpore completamente en el análisis estructural, proporcionando así un análisis feminista con la perspectiva para abarcar el verdadero rango de la vida de todas las mujeres, y que llegue a comprender todas las experiencias de las mujeres. La praxis interseccional evita que las mujeres marginadas se vean marginadas dentro del movimiento feminista. 

En cuanto a hábitos cotidianos, empezar a darnos cuenta de nuestra realidad en las comunidades virtuales que habitamos es indispensable. ¿A cuántas personas racializadas, migras, trans, trabajadoras sexuales, gordas, discas, neurodivergentes, etc., seguimos? ¿Con cuántas hablamos? ¿Qué reparación les estamos ofreciendo?

En las redes sociales vivimos constantemente una exigencia de pedagogía gratuita, una presión y miedo a no equivocarse (pues somos doblemente juzgades), ataques e insultos por ser, por simplemente existir. A pesar de esto, valoramos las ventajas que estas comunidades virtuales pueden ofrecernos como crear vínculos que presencialmente serían imposibles, compartir conocimiento con personas como nosotres, encontrar referentes y cuidados fuera de nuestros núcleos sociales tradicionales y la posibilidad de contar nuestras historias. 

Hacer de internet un lugar seguro es tarea de todes. Este podrá ser un escenario distinto pero las lógicas de poder permanecen inmutables, y al igual que a pie de calle la interseccionalidad es usada frase vacía sin significado. Algo está pasando.


Fuentes:

Collins, P. H. (1990). Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness and the Politics of Empowerment. Nueva York: Unwin Hayman.

Crenshaw, K. (1989). Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics. The University of Chicago Legal Forum, 139-167.

Dijk, T. A. (1997). Racismo y análisis crítico de los medios. Barcelona: Paidos.

Durkheim, É. (1982). Las formas elementales de la vida religiosa (Primera ed.). Madrid: Ediciones Akal.

Foucault, M. (1986). Vigilar y Castigar. Madrid: Siglo XXI Editores.

Juliano, D. (2006). Excluidas y marginadas. Una aproximación antropológica. Madrid: Ediciones Catedra.

Lazarsfeld, P., Berelson, B., & Gaudet, H. (1968). People’s Choice: How the Voter Makes Up His Mind in a Presidential Campaign (Tercera ed.). Nueva York: Columbia University Press.

Melucci, A. (2001). Vivencia y convivencia: teoría social para una era de la información. Madrid: Celesa.



Aranxa Vicens

Migrante e activista decolonial. Loitando no cotián con e polas ferramentas antirracistas que emancipan e revolucionan a nosa existencia. Son Resistencia.

e-mail: aranxavicens@gmail.com

Twitter: @aranxavicens Instagram: @aranxavicens

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